El progreso de la ciencia, y en general, del conocimiento, implica bastante más que una gradual acumulación de datos, hechos y técnicas científicas. Quizá, la psicología, en su orientación positivista y experimentalista, haya pecado gravemente en este sentido. La riqueza de hechos no es necesariamente una riqueza de pensamiento. Necesitamos encontrar el método para organizar y estructurar ese material en poderosas síntesis teóricas y no quedarnos perdidos en una inmensa masa de datos inconexos y dispersos. Aunque es cierto –como afirma Kuhn (1978)– que en cada época una comunidad científica adopta un paradigma determinado, es decir, un cuerpo de creencias, presupuestos, reglas y procedimientos que definen cómo hay que practicar la ciencia, no es menos cierto que un paradigma se impone a otro en la medida en que ofrece una respuesta a la crisis reinante y demuestra mayor capacidad de resolver los problemas importantes que vive esa comunidad.
En el caso de la psicología, el paradigma con que ha laborado hasta ahora, ha alcanzado los límites de su utilidad en muchas áreas y se impone la necesidad de hallar otro. No obstante, estamos en un período de transición en el que las insuficiencias del paradigma usado son patentes, pero no es clara la articulación del nuevo paradigma que deberá sustituirlo.
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